Ahora con la película de Álex de la Iglesia se ha vuelto a hablar de Zugarramurdi y de sus brujas, pero merecería la pena echar la vista atrás y ver qué pasó realmente, no sólo allí, sino en otros pueblos de la región, especialmente a inicios del siglo XVII, cuando hubo una oleada de terror y de sospechas, en la que se acusó a miles de personas de brujería.
Quizá la primera persona con nombres y apellidos de la que se sabe fue acusada de brujería en esa zona, es Lucía de Aretxaga, vecina del pueblo de Zalla, en Vizcaya. Parece ser que de todos era sabido las conexiones que tenía Lucía con Satán y, cuenta la leyenda, que un vinatero navarro, junto con su criado, fueron a verla a Zalla para que les ayudara a encontrar un anillo que había perdido la mujer de éste. Lucía le pregunta al Diablo, el cual le contesta que el anillo está en una de las cubas de vino de la familia, ya que se les cayó allí por accidente. Lucía, sin embargo, le dice al vinatero que su mujer le ha dado el anillo a su amante, que, para más inri, es el sacerdote de su pueblo. Muy enfadado, el vinatero sale en dirección a su pueblo con intención de matar a su mujer, pero su criado le dice que ha escuchado la conversación entre Lucía y el Diablo, confesándole dónde se encuentra el anillo realmente. Así que el vinatero denuncia a Lucía, la cual es detenida y quemada en la hoguera. En realidad, parece ser que Lucía de bruja tenía poco, más bien se trataba de una indigente que deambulaba por el pueblo y que no tenía muy buena fama entre sus vecinos.
Pero el suceso de mayor envergadura lo encontramos en Lapurdi, una región del País Vasco francés, en los primeros años del siglo XVII. El origen se encuentra en unas disputas entre varias familias poderosas de la zona, que terminan acusándose mutuamente de brujería. El asunto toma tal cariz, que el rey de Francia, Enrique IV, envía allí al jurista Pierre de Lancre para que ponga orden. Pierre de Lancre, a parte de ser un misógino convencido, no entendía en absoluto las costumbres de la zona, y veía brujería en cosas como el juego de pelota, los bailes regionales o la medicina natural; y su intención era erradicar la brujería a sangre y fuego, por lo que acusó a unos 3.000 vecinos, de los cuales alrededor de 600 fueron quemados en la hoguera. Los juicios se celebraron en el castillo de Saint-Pee-Sur-Nivelle y entre las personas ejecutadas había, por ejemplo, tres curas, ya que participaban activamente de las costumbres de la región. Pero la inmensa mayoría de las personas quemadas eran mujeres, en su mayoría esposas de marinos que faenaban en Terranova y que vivían con gran autonomía e independencia en ausencia de éstos, y este signo de modernidad no era bien visto por Pierre de Lancre, el cual aprovechó que las mujeres se encontraban solas en el pueblo para iniciar las ejecuciones. Al llegar los marineros de Terranova y ver la situación, se inicia una revuelta, así que el obispo de Bayona le pide a Pierre de Lancre que abandone la región.
Pero estos sucesos de Lapurdi hacen que se extienda una atmósfera de terror por todo el norte de España, hasta tal punto que una muchacha francesa, procedente precisamente de Lapurdi, llega a Zugarramurdi y empieza a acusar a mucha gente de brujería. Así que la Inquisición manda a dos personas para que empiecen a investigar lo que está pasando en Zugarramurdi. Estos dos agentes inquisitoriales interrogan a 8 testigos, niños y adolescentes asustados por los sermones de los sacerdotes en contra de las sectas diabólicas, que tienen pesadillas y sueñan con gente del pueblo que los saca de sus casas y se los lleva a los aquelarres. Así que las gentes del pueblo se personaban en las casas de los acusados y, con malos tratos y amenazas, hacían que confesaran su condición de brujos, es decir, antes de que se iniciaran los juicios estaban señalados de antemano por su comunidad. Los inquisidores lo tenían claro, había una secta diabólica que desde Francia estaba invadiendo España, así que, en principio detuvieron a cuatro personas y se las llevaron a Logroño, lugar dónde se iba a celebrar el auto de fe. Otras ocho personas se fueron andando voluntariamente hasta Logroño para decir que las acusaciones eran falsas y la Inquisición también los detuvo. En total fueron juzgadas unas cincuenta personas, de las cuales once murieron en la hoguera, por el mero hecho de mantener su inocencia hasta el final, acusadas de adorar al Diablo, de comer niños, de volar,etc. Las demás pasaron un par de años en las mazmorras de la época, de las cuales, al menos dos, murieron por enfermedad. Como curiosidad, en el auto de fe de Logroño fue la primera vez que se empleó el término aquelarre como junta de brujas, pero por error, ya que estos juicios se tuvieron que celebrar con intérprete, porque todos los acusados hablaban vascuence y aquelarre era un topónimo que significaba "del prado del macho cabrío", pero una mala interpretación le dio el significado que tiene hoy en día. Al final a Zugarramurdi llegó el sentido común de la mano de Alonso de Salazar, sacerdote e inquisidor, que afirmó que en Zugarramurdi no había brujos ni embrujados hasta que no se empezó a hablar de ellos, y es cierto, ya que la gente empezó a conocer los aquelarres cuando la Inquisición les empezó a preguntar. Al principio, Alonso de Salazar tuvo muchas voces en contra, ya que le acusaron de ser el abogado de las brujas, pero lo cierto es que evitó una masacre, ya que a todas las personas que detenían les obligaban a decir los nombres de sus cómplices y el Tribunal de la Inquisición llegó a tener una lista con más de 1.000 posibles acusados. Pero tras las conclusiones de Alonso de Salazar, la Inquisición en España decidió ser mucho más recta y estricta a la hora de acusar a alguien de brujería e incluso se abolieron las quemas de brujas cien años antes que en el resto de Europa.
Con el tiempo, se supo que muchas de las personas acusadas habían reivindicado ante el abad cierta libertad para el pueblo, otras eran personas de mal vivir que se dedicaban al robo y vivían prácticamente de la indigencia; así que estos juicios sirvieron para quitarse a ciertos sujetos indeseables de la región. Seguramente también pervivieran en la época algunos ritos primitivos dedicados a la luna o a los solsticios, que eran paganos, pero que nada tenían que ver con los aquelarres.
Lo que sí es cierto es que, durante muchos siglos, entre los propios habitantes de Zugarramurdi sí pervivió la imagen que quiso dar la Inquisición sobre esos sucesos y se vio a los acusados como personas que rendían culto al Diablo. Pero en la actualidad esa visión, afortunadamente ha cambiado, y desde Zugarramurdi se quiere reivindicar la honradez de sus vecinos de antaño y han creado el Museo de las brujas y se hacen muchas actividades culturales en torno a este episodio, para limpiar el nombre de los ajusticiados. Por cierto, la brujería se ha asociado más a la mujer que al hombre, pero en Zugarramurdi se quemaron personas de ambos sexos. Así que ahora sólo nos queda visitar Zugarramurdi para ver in situ dónde se desarrolló todo, incluso se puede visitar la cueva en la que se supone que se realizaban los aquelarres. Así que cuando vayais, fijaos en las sombras de la gente, a ver si alguno va a tener cuernos...
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