De los pocos legados de la Segunda República Española que han sobrevivido hasta hoy, quizá el más significativo fue el logro, al fin, del sufragio universal en España, aunque no tuvo un camino fácil, ni estuvo exento de polémica.
La izquierda no quería que la mujer votara porque estaba muy influida por la Iglesia, por lo que su voto iba a ser muy conservador. Una de las personas que se manifestaron más radicalmente en contra fue el diputado Roberto Novoa Santos, quién esgrimía una razón biológica, diciendo que la mujer no controlaba la reflexión ni el espíritu crítico, que sólo era capaz de guiarse por sus sentimientos.
"¿Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos títulos y los mismos derechos políticos que al hombre?(...). La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, toda sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación. Es posible, o seguro, que hoy la mujer española, lo mismo la mujer campesina que la mujer urbana, está bajo la presión de las instituciones religiosas (...). Y yo pregunto: ¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás. Y es que a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala, en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica. Por eso y creo que, en cierto modo, no le falta razón a mi amigo D. Basilio Álvarez al afirmar que se haría del histerismo ley. El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer, la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer. Y yo pregunto: ¿en qué despeñadero nos hubiéramos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer? ¿Nos sumergiríamos en el nuevo régimen electoral, expuestos los hombres a ser gobernados en un nuevo régimen matriarcal, tras del cual habría de estar siempre expectante la Iglesia Católica española?"
En las elecciones constituyentes de junio de 1931, a la mujer se le concedió el sufragio pasivo, es decir, no podían votar pero sí se podían presentar como candidatas, siendo elegidas como diputadas Clara Campoamor y Victoria Kent, que mantendrían entre ellas uno de los debates más tensos del Congreso de los Diputados, en referencia al voto femenino.
Clara Campoamor |
Clara Campoamor nació en Madrid en 1888 y, tras la muerte de su padre, tuvo que ponerse a trabajar para mantener a su familia. Entre otros empleos, fue la secretaria de Salvador Cánovas, director del periódico conservador "La Tribuna". Gracias a este trabajo conoció a mucha gente, se inició en política y consiguió publicar algún artículo. Con 36 años se convirtió en una de las pocas abogadas de la época en España. Políticamente era cercana al PSOE, pero fue elegida diputada con el Partido Radical y formó parte de la Comisión Constitucional, encargada de crear una nueva Constitución para España. En dicha comisión luchó en contra de la discriminación por sexo, por la igualdad jurídica de hijos e hijas, hubieran sido concebidos o no dentro del matrimonio; por el divorcio y por el sufragio universal, consiguiendo todo, aunque el voto femenino se tuvo que debatir en las Cortes.
Victoria Kent nació en Málaga en 1881 y también fue abogada, haciéndose famosa por defender a Álvaro de Albornoz ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina, tras la sublevación de Jaca de 1930, convirtiéndose en la primera mujer que intervino en un consejo de guerra y consiguiendo la absolución de su defendido. Se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y, en 1931, fue elegida Directora General de Prisiones.
El 30 de septiembre de 1931 se inicia el debate en las Cortes para decidir sobre el sufragio universal. Victoria Kent estaba en contra de que se concediera el voto femenino de manera inmediata, ya que consideraba que la mujer carecía de la suficiente preparación social y política como para votar con responsabilidad. Para Kent, una prueba de ello era que se había entregado al Presidente de las Cortes un millón y medio de firmas de mujeres que pedían que en la nueva Constitución se respetaran los derechos de la Iglesia.
Victoria Kent |
"Que creo que el voto femenino debe aplazarse. Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Lo pido porque, no es que con ello merme lo más mínimo la capacidad de la mujer, no, Sres Diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República. Cuando la mujer española se dé cuenta de que sólo en la República están garantizados los derechos de cuidadanía de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan que la Monarquía no les había dejado, entonces, Sres Diputados, la mujer será la más ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero, en estos momentos, cuando acaba de recibir el Sr. Presidente firmas de mujeres españolas que, con buena fe, creen en los instantes actuales que los ideales de España deben ir por otro camino, cuando yo deseaba fervorosamente unos millares de firmas de mujeres españolas de adhesión a la República (...). Por hoy, Sres Diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer".
En la posición contraria se encontraba Clara Campoamor, que contestó de esta manera a Victoria Kent:
"Precisamente porque la República me importa tanto, entiendo que sería un gravísimo error político apartar a la mujer del derecho a voto. Yo soy Diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres las esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven... Que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt, de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos, es caminar dentro de ella".
Finalmente, el sufragio universal salió adelante con el apoyo de la minoría de derechas, gran parte del PSOE y algunos republicanos; con un resultado de 161 votos a favor y 121 en contra. Se trataron de incluir dos enmiendas, que terminaron siendo rechazadas: por un lado, Hilario Ayuso quería que los hombres pudieran ejercer su derecho al voto a partir de los 23 años y las mujeres a partir de los 45; y por otro lado, Victoria Kent quería que la mujer no pudiera votar en unas elecciones generales hasta haber votado dos veces en unas municipales. El 19 de noviembre de 1933 se celebraron las primeras elecciones en las que pudieron votar las mujeres, saliendo victoriosos los conservadores; elecciones en las cuales, ni Kent ni Campoamor pudieron renovar sus escaños.
En este debate se consideró vencedora a Clara Campoamor, pero tuvo que pagar un precio muy alto, políticamente hablando. En 1934 abandonó el Partido Radical e intentó unirse a Izquierda Republicana, pero fue rechazada su admisión. En 1935 publicó el libro "Mi pecado mortal. El voto femenino y yo". Al estallar la Guerra Civil se fue de España y murió en Lausana (Suiza) en 1972.
Victoria Kent, sin embargo, continuó ejerciendo de Directora General de Prisiones hasta 1934, teniendo un papel muy destacado. En las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue elegida diputada por Jaén en las listas de Izquierda Republicana. Durante la Guerra Civil creó refugios para niños y guarderías infantiles. El Gobierno de la República la envió a Francia como Primera Secretaria de la Embajada Republicana en París, dónde se encargó de las evacuaciones de niños. Allí le sorprendió la ocupación nazi y sobrevivió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial bajo la identidad falsa de Madame Duval. En 1948 se marchó a México y en 1949 se estableció en Nueva York. Fue ministra sin cartera de la Segunda República Española en el exilio entre los años 1951 y 1956. Murió en Nueva York en 1987.
Aquí tenemos el ejemplo de dos mujeres progresistas y con gran conciencia social, pero con maneras distintas de entender las cosas y de luchar: una no quiso traicionar a su sexo y la otra no quiso traicionar a la República.
No hay comentarios:
Publicar un comentario